jueves, 27 de octubre de 2016

LA DERECHA Y SU USO DE LOS MEDIOS

Rubén Montedónico
Librered, 27/10/2016

“Si no estás prevenido ante los medios de comunicación, te harán amar al opresor y odiar al oprimido” Malcom X (1925-1965)



Pablo González Casanova, ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, afirma que las crisis se producen, en ciertos casos, deliberadamente por las corporaciones, asegurando que “El sistema de dominación y acumulación en que vivimos -conocido como capitalismo- tiene como atractivo principal la acumulación de poder y riquezas”.

En esa declaración encontramos que un apoyo central para asentar las ideas de la clase dominante y materializarla a través de normas dictadas por administraciones políticas afines, tiene sus raíces en campañas mediáticas de medios empresariales de comunicación para consolidar, a través de su prédica dirigida a la opinión pública, la base de una visión acorde con sus intereses.

Para el caso, el posible “enemigo a vencer” son quienes se oponen a sus proyectos, se movilizan y resisten; entonces, en los momentos actuales, guardan la represión abierta -el estanco de la fuerza represiva pública- y combaten con sus mass media. Contrasta esta opción con la metodología de los años 60 y 70 del siglo pasado, pero el resultado final es el mismo: aislar a los opositores del resto de la sociedad. Para cada ocasión convocan a sus “técnicos comunicadores” que se aplican y apoyan en la premisa de que “al enemigo se le vence conociéndolo“ (papel que no alcanzan a cumplir las fuerzas represivas tradicionales).

Entre los recursos más socorridos por las oligarquías para defender la aplicación del capitalismo -que esparce por el mundo- y sus sucesivas modalidades, está la ilusión incrustada en el público de hacerlo creer que tiene derecho a opciones informativas. Esa visión quimérica, fantástica e inducida por la clase dominante, oculta el fenómeno concentracionario en los países capitalistas, primordial en Estados Unidos. Allí, seis grupos tienen el control de contenido de las informaciones, lo que deviene en posibilidades de manipulación ideológica y política, para el propio país y para todos los que están asociados a sus cadenas o reproducen sus mensajes. Esos conglomerados se llaman Viacom, Disney, Time Warner, General Electric, CBS y News Corporation, que dominan 90% de los medios estadunidenses y cuentan con el agregado de la reproducción de asociadas en el extranjero.

Al frente de esas empresas que agredieron a los gobiernos –y aún lo hacen con algunos de ellos- que no se adhieren a prácticas neoliberales, de apertura de sus economías y de privatizaciones, están publicaciones como Financial Times, The Economist y Wall Street Journal, ampliamente traducidos y reproducidos sus artículos en el subcontinente. También hacen lo propio cadenas inspiradas por ellos como GDA (Grupo de Diarios de América) y la editora española Prisa –con inversiones en este continente- y que cotidianamente irrumpe en espacios del castellano con El País, editado en Madrid. De él ha dicho Vincenç Navarro que “El anti-izquierdismo de El País alcanza niveles semejantes al del Daily Telegraph en el Reino Unido, o al Wall Street Journal”.

Para indicar acciones logradas desde la dicha “gran prensa”, baste recordar cómo descarrilaron a Evo Morales y la reforma constitucional -que le permitiría presentarse nuevamente como candidato presidencial- a punto de partida de lo que que resultó ser una vulgar mentira. Y otro ejemplo de nuestros días lo fue el schock mediático de la Rede Globo, el grupo de televisión con sede en Brasil, el más grande de Latinoamérica, que desde 2013 alentó el estado de ánimo en la opinión pública –atenuado en el mundial de fútbol- para destituir a Dilma Rousseff, acabar con el PT y Lula.

Crecientes limitantes a la “libertad de expresión” vivimos en el medio siglo precedente como consecuencia de que los medios de comunicación de la derecha procuran que creamos en su “objetividad e imparcialidad” al informar de cuestiones locales o mundiales. Un análisis directo de sus propuestas de modelo de sociedad –presentado como único posible- tiene consecuencias sobre la opinión pública, y se agrava cuando en periodos comiciales intentan (y en muchos casos consiguen) imponer corrientes político-partidarias por ellos impulsadas.

Es cierto que las diferentes izquierdas de fines del siglo XX eran críticas del desarrollismo; se definían contra toda corrupción; apostaban por la extensión de derechos sociales, la verdad y la justicia, profundizando la participación popular en interacción con los movimientos sociales, todo ello para dar un calado más profundo a la democracia. Sin embargo, hoy desde los gobiernos progresistas se apropian de los excedentes del desarrollo, el tema de combate a la corrupción -en muchos casos- quedó en el discurso, hay una general disociación con lo judicial, y el presidencialismo exacerbado le quitó espacio al proyecto de democracia popular.

Lo anterior es concomitante con el declive de esos regímenes en Sudamérica y da certeza al pronóstico de que sus gobiernos -de los que se esperaba harían transformaciones significativas en las sociedades- no iban a durar para siempre.

Si nunca cejaron en su acción, con la actual situación los medios masivos de comunicación se subliman y se exhiben como lo que son: los principales reproductores de la ideología dominante y coadyuvan en la constitución de frenos a los cambios sociales. Por lo tanto, la supuesta “libertad de prensa” en el antiguo y actual capitalismo es –en general- la posibilidad de emitir mensajes por parte de un sector social ínfimo que constituye la clase dominante. Es decir, esos medios no están al servicio de la información, la educación y el entretenimiento –como proclamaba en el pasado un directivo de la BBC de Londres- sino de la imposición ideológica de la clase dominante y la consecución, como empresa, del mayor lucro posible.

Por encima de si las corrientes progresistas y sus aliados retienen tal o cual gobierno o lo pierden, queda clara la debilidad en cuanto a la reflexión sobre el qué hacer y los puentes rotos de relacionamiento con la militancia propia. Deben hacer ingentes esfuerzos para que esos agrupamientos acepten, sin objetar, los acuerdos económicos y concesiones al capital, nacional o extranjero, en tanto quedan sin resolver (y a veces crecen) problemas que erosionan la cotidianidad, como la violencia urbana y rural, con versiones y percepciones inducidas, “corregidas y aumentadas”, por los grandes medios de comunicación.

En el caso de los grupos que han ejercido el poder en Latinoamérica desde la última postguerra y que en el siglo XXI han sido total o parcialmente desplazados, quieren controlar no solamente lo político-económico y los aparatos represivos, sino el terreno de las ideas y el cultural, siendo primordiales ambos para la acción de los medios masivos de comunicación. Objeto del estudio de la academia, se ponen como ejemplos del aprovechamiento del espacio mediático por parte de políticos de la derecha y grupos de poder, las cadenas televisoras como O Globo en Brasil, Globo Visión y Venevisión en Venezuela, Caracol en Colombia, diarios argentinos de amplia circulación como Clarín y La Nación, el Nacional caraqueño, El Mercurio de Chile y aún salvando dimensiones de lectores y habitantes, El País y El Observador de Uruguay. Ese puñado de televisoras y periódicos han sido la plataforma de la información, la cultura y el entretenimiento, que implantaron sus ideas en función de intereses y “valores” de minorías oligárquicas -esas que gobernaron, con pequeñas interrupciones, desde que fueron naciones independientes- y se volvieron herramientas imprescindibles del poder en las pasadas siete décadas.